Era tarde en su cuarto. Y el pensamiento la encontró mirándose las manos. Eran manos, como cualquier otras, las venas se le marcaban un poco, su madre tenía lo mismo. Sus uñas no estaban ni muy largas ni muy cortas. Observando con más detenimiento podía ver las corrupciones de su piel alrededor de las uñas. Algunas eran hundidas y luego ascendían otra vez a donde estaba el resto de la piel, una especie de acantilados profundos y luego altos. Otros eran más superficiales, apenas una variación de color en el inmenso mar de la piel. Algunas pielecitas paradas, esperando a que algún travieso las tironee y las haga libres, nada fuera de lo ordinario.
Una, sin embargo, le llamó la atención. Era bastante fresca y cuando doblaba el dedo gordo podía sentir dolor. Tenía forma de estrella fugaz. Era de un rojo rosado al principio que se difuminaba en el color original. Arriba había otra parte superficial arrancada, pero que no era muy llamativa. Movía el dedo y la mano y la observaba en acción.
Tendría que esperar mucho tiempo para que se cerrara otra vez.
Esperar, tiempo. No iba a poder con ello, no.
Desesperada y ferozmente, arrancó la piel desde ese pedacito salido que estaba antes del comenta, y con todas su fuerzas tiró y tiró. Miraba con ansiedad la fina línea del pellejo arrancado que al tomar velocidad se hacía mayor.
Finalmente se detuvo al llegar al corazón.