Aquellos eran tiempos felices, cuando mi abuela me regalaba bombachas.
Había pan y vino en la mesa, nunca faltaba.
Los amigos fluctuaban, los problemas fluían.
No había mucha consciencia del mundo.
Eran blancas y rosas…
Las bombachas. Nunca faltaban en las visitas.
Pero todo ese mundo de fantasías terminó.