Tenía una nariz pronunciada, casi se podría decir que formaba un triángulo recto con su cara. Su boca se marcaba por el pronunciado labio superior. El resto de su figura no se distinguía mucho en forma.
Lo encontré observando un domingo a la tarde mientras me bañaba. Fue inusual ya que nunca había experimentado semejante encuentro.
Mientras el agua y el jabón corrían por mi cuerpo me causó hasta gracia y curiosidad verlo allí. Ver su figura reflejada en la pared del baño, como una simple sombra.
Más tarde en el colectivo creí divisarlo otra vez. Se mostraba a la luz en el cuerpo de aquel hombre viejo, sin esconder su interés. Pero enseguida me distraje por las luces y el color y todo aquello que busca nuestra atención en el mundo.
No fue hasta que lo vi en cada transeúnte que pasaba que empecé a sentir su presencia. Hasta mi caminar era de ser observado. Extrañada, no comprendí el por qué, o mejor dicho, el para qué de su estar. ¿Qué me hacía tan especial a mí y tan entretenida de ver? ¿O era acaso un objeto de estudio de algún tipo?
Decidí ignorar estas cosas. Parecía que no estaba allí para hacerme daño, entonces me dejé mirar.
Me dejé ver en lo más profundo de mi ser. Me dejé ver en mi abundancia, en mi extensión, en mi movimiento. Me dejé ver en mi incompasión, en mi incapacidad, en mi anomalía. Ya no era él el que veía sino yo la que mostraba. En mis colores, en mi materia, en mi cosmos, en mi ser. En mi incompetencia, en mi arrogancia, en la trampa de mi autodesprecio, en el calor de mis manos, en el olor de mi cuello.
En la densidad del aire, en la gravedad de mis moléculas, en la fluidez de mi glóbulos, en el tocar de mi arena. En la grandeza de mi imperfección, en lo inmaculado de mi tristeza, en la grandeza de mi perfección.
Dejarse ver era otra cosa, los demás no lo hacían como yo. Pero yo lo había aprendido y dejaba que todo saliera fluyendo de mí. El que lo deseaba podía mirar.
Fue entonces cuando me fui a bañar que no lo encontré más- Simplemente se había ido. Comprendí entonces quién era él.
Eran todos, era yo, era nadie, era Dios, todo a la misma vez. Donde quisiera hallarlo lo podía encontrar, estaba adentro, estaba afuera, estaba en el aire, en las estrellas, en mis libros, en mis ojos, en vos.
Era solo el reflejo de la luz en la cortina del baño.