Era Norma que entraba en la peluquería. Era la tarde de un día invernoso, fresco y para estar abrigado. Estaba igual que siempre, con sus grandes ventanales y plantas modestas. Roberto la recibió. Estaba atendiendo a otra clienta, como siempre. Saludó a María y esta ofreció llevarle sus abrigos al perchero donde estaba todo el resto.
Comenzó con un lavado de pelo, luego se haría el color y probablemente un nuevo corte de pelo, tenía ganas de un cambio.
La revista Hola era la más leída ahí. Contaba sobre el nacimiento del hijo de Marcelo Tinelli, la pulposidad de los últimos Martín Fierro y la pobreza del norte del país. Se escuchaban los secadores de pelo que maullaban con ganas, imitando un león, los pelos que caían al suelo fervorosos y las lenguas de las mujeres que corrían una carrera hacia el más allá. Un clip se le cayó a una de las señoras al suelo, y cuando se levantó de buscarlo se quejó de no encontrar el segundo que estaba sobre la mesa. Los esmaltes sacudían sus colores, los cafés volaban de mesa en mesa.
Un corte carré fue el que más sedujo a nuestra Norma, y sus bucles se adaptaron al nuevo escenario. María siempre sabía cómo tratar su pelo.
– No, claro, el fin justifica los medios.
– No, por supuesto, no te había dicho el otro día que cuando… – arremetían las señoras.
– Estamos tan bien últimamente, la verdad es de no creer.
– Es que yo no sé cómo hace el gobierno para administrar algo tan complicado como fondos de…
Norma se disponía a partir. María fue a buscar sus cosas. Todos se quedaron extrañados cuando las cosas de Norma no se encontraban allí.
– Cómo puede ser si vos misma me viste colgarlas acá y nadie se fue de la peluquería en toda la tarde. No tiene sentido.
– Esto es algo que nunca nos sucedió, respondió Roberto.
– ¿Pero no escucharon los asaltos que hubo ayer y los tiroteos? Para mí es más que claro quién fue el culpable, respondió una señora que se estaba haciendo el color, con soberbia y despreocupación, como si fuera evidente.
– ¡¿Quién?!
– La inseguridad, gente, ¿quién más? No les dije que ya no se puede confiar en los hogares como era antes. Ya está por todos lados. Antes era solo en la calle que uno corría peligro o raramente por algún agresor externo, pero ya no, ya no se puede confiar ni en los lugares mismos. Miren hasta dónde ha llegado la corrupción de este país…
Algunos la miraron mal.
– ¡Explicate mejor, querida! – replicó Norma.
– Claro, la inseguridad. Ella ha venido y se ha llevado tus cosas, es así. Y está por todos lados, no hay lugar ajena a ella más. Pero bueno, así es como son las cosas. Yo creo que solo hay que resignarse y esperar a que pase.
Y así fue. Sin que nadie se diera cuenta, la inseguridad se había llevado todas las camperas, la bufanda y la cartera de Norma. ¿Por qué ella? No lo sabemos. Ya no podía mirar un rincón sin que le diera asco. Pero no había remedio ya, la peluquería había sido tomada.
Cada uno se levantó y se fue por la puerta sin decir una palabra: peluqueros, clientas, flores, colores, sillas, mesas, maquillaje, peines, esmaltes, agua, flores, tinturas, secadores, cafés, revistas, televisor.
La última en cerrar la puerta fue Norma, que con cara de desagrado miró solo el suelo, por última vez.