“El agua se mete en tu casa, lo invade todo – dice-. Invade tu intimidad, se mete con tus cosas y se queda el tiempo quiere. Y uno no puede hacer nada más que esperar que se vaya y te deje ahí, frente a tus ojos, el desastre en que se transformó tu vida.”
Encarnaron a las víctimas para contar en primera persona lo que muchos prefieren callar. Las pérdidas irreversibles obedecieron a una conjunción de factores entre calentamiento global, condición climática, políticas vacías de gestión, riesgo no previsto, formas inocuas de salvataje, y negación de las consecuencias fatales.
Y aquí estoy, vacío, lleno de barro y de agua.
Aquí estoy Señor, si me quieres llevar, tómame.
Mas no dejaré atrás más que un cúmulo de átomos y partículas agrupadas que forman sombras y sueños, espeluznantes deseos que algún día me atreví a mirar.
Cierro los ojos y veo. Veo como era el mundo que conocía. Con sus calles, y sus flores, sus colores, su gris y dura civilización fluyen por el pensar de mi corazón, que a tientas siente, por miedo a inundarse de miedo y dolor.
Gritan los ojos de los perros, que entre divertidos y alarmados, te piden ayuda.
Se inundan las teles de propuestas, candidatos, actores de un espectáculo al que estoy cansado de ser invitado.
No es la primera vez, no, pero siempre se siente como si lo fuera.
Ya no quedan flores que barrer o casas que obtener, frutas que desear, amores que quemar, vidas que recorrer o lugares por conocer. Ya todo es uno. Un desastre que tiene el gran poder de unir a lo inhundible.
Desaparecen bajo ese manto de naturaleza siempre presente, aumenta su caudal la desesperación sin poder fluir, sin lugar a donde ir.
El agua está por el cuello, ya no falta mucho.