– Que se haga la luz.
Y la luz se prendió. Entraron al cuarto. Se sentaron todos alrededor de la mesa. La mesa se encontraba en el medio del cuarto junto con la lámpara de luz que colgaba del techo. La habitación era lo suficientemente grande para que la lámpara iluminara únicamente la parte central, dejando para las periferias solo oscuridad.
Las caras eran iluminadas por la tenue luz. Se miraban entre sí, expectantes.
Definimos sociedad como la unión de un grupo de personas que persiguen un mismo fin.
Eran siete.
En el centro de la mesa, que era el centro, del cuarto, bajo el foco que colgaba bajo, en el centro de la sala, en ese mismo punto, apoyada en la mesa se encontraba la caja transparente. Era rectangular, aunque no demasiado. De plástico, claro está, aunque de aspecto macabro.
Todo era oscuridad luego de las caras y la caja.
A través del plástico transparente veíamos un conjunto de pelos cortos, y sin embargo crecidos, que salían de algo alargado pero relleno. Se arrastraban para transladarse. Eran tres. Sus pelos chocaban contra la caja dejando a su paso algo verde pero que solo se notaba si uno era muy minucioso. Solían trepar hasta el techo de la caja. Hasta ellas mismas. Gatas peludas.
El mayor debía ser el primero en hablar, todos lo tenían presente, pero este tenía su mirada puesta en las gatas peludas. Incesantes, no se dejaban de mover, pero el mayor las miraba como si ellas le estuvieran diciendo algo. Al principio solo parecía concentrado pero luego su expresión se deformó. Su cara se tornaba cada vez más en la de alguien preocupado, con miedo. Como si supiera que se acercaba el fin de algo y no había salida. Las gatas peludas se seguían moviendo. Y su rostro se seguía perdiendo en la distorsión de la perdición. Los segundos pasaban. Las gatas peludas se movían. La cara se desesperaba, el alma perecía.
De pronto los miró de frente. Comenzó a mover la cabeza hacia el costado, su mirada fija en ellos. Al llegar al otro costado la acomodó en su lugar otra vez.
Las caras iluminadas por la tenue luz. Se miraban entre sí, expectantes.
Expectativas. Perdición.
– Lo haremos como siempre. Todos conocen su lugar y su rol. Una vez más, no fallaremos.
El mayor se tocó la oreja. Tenía una espina clavada. Se la sacó. Unas gotas de sangre podían verse en su dedo. Abrió la caja e inclinándolo, cayeron justo en el centro. Mientras las gatas peludas se acercaban a la sangre, prosiguió.
– Todo será igual.
Se miraron entre todos, a la espera de que alguien tuviera algo más que decir.
Expectativas. Perdición.
El aire era denso y húmedo, todos lo notaban ahora.
Nadie dijo nada. Todos miraron entonces a las gatas peludas. Se arrastraban incesantes, por arriba, por abajo, por los costados de la caja. Se tocaban entre ellas, se arrollaban. No paraban de moverse. Fijo, todas las miraban fijo.
Expectativas. Perdición.
La luz comenzó a atenuarse. Cada vez era más leve.
Pronto solo quedó un rayo de luz. Los ojos fijos en la caja. Los pelos se movían. El aire repugnante daba paso a la escena.
Expectativas. Perdición.
Una silla se movió repentina. La luz se apagó.
Fin.