– Parece que va a llover.
– Ya lo creo, contestó Gustav mirando por la ventana.
Era un día nublado, muy húmedo. Sus articulaciones daban fe de eso.
Se encontraban los dos mirando por la ventana, admirando los edificios, cuando Javert se atrevió a interrumpir los pensamientos de su acompañante:
– ¿Qué crees que pasaría si en vez de llover, yoviera?, dijo muy serio.
Gustav lo miró sorprendido.
– No creo estar entendiendo lo que quieres decir.
Javert miraba el horizonte. Apenas había tocado el té que tenía en su mano. No respondió.
– ¿Qué es lo que te sucede, compañero?
– Nada, es solo que me preguntaba qué pasaría si Yoviera.
Gustav lo miró perplejo. Ahora sí que estaba atónito. ¿Qué pasaría si yoviera? Bueno, eso era una buena pregunta.
Hacía mucho tiempo ya que no llovía así en Marte. La atmósfera terrestre se había instaurado con éxito hace ya mucho tiempo. Pero habían algunos, esos de las primeras generaciones, que todavía recordaban lo que pasaba cuando yovía.
– No lo sé, ha pasado ya tanto tiempo desde la última falla…
Así habían bautizado a aquella oportunidad donde el sistema atmosférico terrestre había sido vulnerado y la yuvia había azotado las recientemente asfaltadas calles de la Nueva Nueva York.
– Ya sabes que el sistema ha sido modificado para que nunca más pueda suceder tal cosa- De verdad, no sé por qué te tormentas con pensamientos como esos, retomó Gustav.
– Quizás tienes razón… eso espero. No podemos darnos el lujo de permitir que semejante cosa vuelva a ocurrir, no ahora.
Al terminar la frase, vieron pasar un tanque por la calle. Simulaba estar vacío pero todos sabían que no era así.
La tensión y las amenazas de guerra habían comenzado otra vez. Si los Hombres habían querido olvidar algunas cosas en la Tierra, la guerra ciertamente no fue una de ellas.
Pareciera que, a pesar de todo lo que había pasado, no habían podido encontrar otra solución que no fueran las armas bioquímicas y bombas atómicas.
Aún en su nuevo planeta, ya estaban pensando las distintas formas de destruirlo. Se.
– Ciertamente somos hijos del rigor, concluyó Gustav.