Cuando las heridas son del alma queman como el fuego. Arden de la célula uno a la Z. Se van prendiendo como lucecitas de Navidad sin intervalos pero en ritual.

Cuando las heridas son del alma sentís la cantidad de pelos en tu cabeza. Escuchás el ruido de tus órganos trabajando cual fábrica del siglo XVIII: anticuada y esclavizante.

Cuando las heridas son del alma la desesperación es grande: ya nada te importa. Solo esa carrera por encontrar una forma de sobrevivir.

Cuando las heridas son del alma no hay nada que decir: ya no se tiene la facultad de la escucha. Todo es silencio, ahogo, desolación.

Cuando las heridas son del alma no hay agua que te calme: el agua te brota del interior como ríos incesantes, caudalosos y rocosos. Se escupen a través de ti.

Cuando las heridas son del alma sentís el silencio de Dios que escucha. Que te ve pero que permite. Te comparte misteriosamente su Pasión.

Cuando las heridas son del alma fueron hechas a mazazos y a zapatazos. A arco y flecha. A bolas de nieve y de piel. A mosqueteros andando a caballo. A bombas nucleares.

Cuando las heridas son del alma todo se desvanece a tu alrededor. Te agarrás de la pared pero esta te suelta. Llueve granizo que no sentís.

Cuando las heridas son del alma aparecen los demonios. Salen de sus cuevas y comienzan la fiesta. Llenan todo de guirnaldas rosas y rojas y se ponen a dar saltos y alaridos estrepitosos. Sí que los ves.

Cuando las heridas son del alma arden como el fuego del volcán más profundo. 

Solo resta llorar y seguir.


A sobrevivir.

2020