De los que me rodean tomo poco y nada.
De los que me rodean aprendo a cómo alejarme. Entablo un duelo: el de las miradas pesquisantes. Pesquiso y pesquiso. Divido y conquisto.
De los que me rodean no obtengo recompensa o capacidad distintiva. Solo silencio ante mi respuesta, solo humo frente a la desaparición.
En los que me rodean encuentro destrucción; en sus palabras, malicia. Dividen y conquistan. Arrasan. Pelean contra mi alma, detestan su ser.
Sus brazos recubren el carbón de mi fuego.
De los que me rodean no encuentro escapatoria, no la hay. No la tengo.
Están, solo están. Dulce condena compartida entre todos. Comer, beber, odiar.
¿Cuál es esa esencia primaria que les da ese poder de influencia sobre mí?
¿Qué malicia descarada, enferma e injustificada me convierte en esclavo de su voluntad? Amantes de la ruina ajena. Amamantan la discordia.
Dividen y conquistan.
Ruido, ruido, mucho ruido. Parte de la estrategia de todos los vivientes para esconder acaso aquello que nos hace vulnerables. No hace la diferencia.
Condenados a este eterno baile del cortejo infernizante.
Aparecen y desaparecen esos ojos que al mirar, miran.
Divide y triunfarás.