Cuál es el sentido de las personas que no están; que no vemos. De las casas que no tenemos, de los lujos que no conocemos. De todas las series desconocidas, inmiradas.

Cuál es el sentido de los olores sin precedencia, de la presencia sin precedente. De nuestra diferencia. “¿Y quién te garantiza que vos no sos la sombra de alguno de mis yo?”

Cuál es el sentido de saltarse libros, obras, páginas, láminas de terciopelo. De pelar árboles, arbustos, estacatos, torpedos. Twisters. De torcer entidades, sentidos sentidos.

¿Por qué el sentir no se autodescribe a sí mismo? Solo se escribe en tus paredes de algodón.

Las guardamos. Las llevamos con nosotros en cajitas que no vemos. Encierran esencias, misterios. Nos llevamos la impresión de aquello que nos dieron, de aquello que nos sale decir. De sus ojos, su sonrisa, sus arrugas, sus patas de gallo. Nos detenemos a encontrarnos en el interior con una biblioteca que a veces es cementerio. Cuyas paredes son de material desconocido; toma formas que no podemos explicar con el mero pensamiento. Que no cabe describir solo con palabras. Que busca una fuerza que rara vez podemos solventar. Es algo tan esencial, tan permanente que resulta hasta insondable, indescriptible. Que habla del mismísimo misterio de ser uno mismo.

“(…) y cabezas cortadas sobre almohadas desplumadas como almas impotentes entre los asfódelos (…)”

¿Quién eres tú y quién soy yo? ¿Quiénes somos para hacernos esta pregunta?

¿Y quién habrá de responder?


A la escritora

2020