– Mi alma está dividida entre estas papas fritas, dijo. El plato de papas resplandecía al frente.
– No lo decís en serio.
– Sí, cada papa frita representa una parte de mi alma.
– Te escucho.
– Naturalmente, una habla de mi color, otra de mi cabeza, otra de mi corazón, de mis logros y estudios, de mi casa, de mi país, mis amigos, mi familia, mis errores, mis defectos, mis pensamientos, mis emociones, de lo que escapo, a lo que voy, quién quiero ser y cómo debo serlo, es así.
Lo miró insinuante y comió una de sus papas fritas. Él le respondió la mirada. Llamó a la moza y le pidió otro plato de papas.
– Si me vas a comer entonces yo también te comeré a vos. Dijo mirándola directo a los ojos. Ella estaba por comer otra papa frita.
– Esta es tu piel, dijo, y se comió la papa.
– Estos son tus ojos, dijo él, y se comió la papa.
Callados por unos minutos, comían.
– Tu sed.
– Tu sueño.
– Tu calor.
– Tu templeza.
Las miradas se mantenían fijas, penetrantes, excitantes.
Se sujetaron por debajo de la mesa.
Deliciosas almas.